Cómo en Olga Tey Agencia Inmobiliaria sobrevivimos a un ataque de reseñas falsas (y lo convertimos en una oportunidad)
Cómo en Olga Tey Agencia Inmobiliaria sobrevivimos a un ataque de reseñas falsas (y lo convertimos en una oportunidad)
Tiempo de lectura, 5 minutos.
Durante más de una década, he trabajado desde Cádiz con una filosofía clara: cercanía, honestidad y compromiso. Sin grandes artificios. Sin postureo digital. A golpe de confianza y trabajo bien hecho. Así me gané el respeto de quienes buscaban algo más que una casa. Hasta que llegó Google. O mejor dicho, hasta que Google decidió por mi.
Todo empezó con una lluvia. Pero no de clientes, ni de llamadas, ni de agradecimientos. Fue una lluvia sucia, digital y anónima. En cuestión de días, nos cayeron más de una docena de reseñas negativas en Google. Todas con nombres impronunciables, sin foto, perfiles recién creados, con una o dos reseñas más. Textos vagos, la misma estructura, robotizados, sin una sola referencia concreta: ni dirección, ni fecha, ni agente, ni inmueble. Nada.
Denunciamos cada una. Y aquí comienza el esperpento: de las 14 reseñas falsas, Google solo eliminó 4. Apelamos. Insistimos. Algunas desaparecieron… solo para reaparecer poco después, como un mal sueño. Nuestra reputación, esa que tanto cuesta levantar, bajó de un impecable 4,9 a un 4,5. ¿Pruebas del fraude? Todas. ¿Acción por parte de Google? Ninguna.
Hasta aquí, uno podría pensar que lo peor ya había pasado. Pero no. Porque en toda historia negra, siempre aparece el villano. En este caso, desde Bangladés. Un individuo nos escribe unos mensajes dignos del guión de una película mala:
📩 “Hola, soy el que puso las reseñas malas. Fue un encargo. ¿Quieres contratarme para eliminarlas?”
No era una broma. Nos pedía 180 euros por borrar lo que él mismo había sembrado. Un chantaje en toda regla. Hundirte primero. Venderte el flotador después. Un clásico. Tenéis las capturas, por si alguien quiere ver al artista.
Un amigo, Guardia Civil especializado en delitos informáticos, ya nos lo había advertido antes de que apareciera el tipo: esto no era un accidente. No era un caso aislado. Era un ataque dirigido. Orquestado. Encargado con toda probabilidad por alguien de la competencia. Tenemos nuestras sospechas, claro. Pero casi mejor no saberlo con certeza.
Porque, y esto es importante, no toda la competencia es igual. Mientras unos se esconden detrás de perfiles falsos y miserias digitales, la competencia real, la que sabe lo que cuesta levantar un negocio, dio un paso al frente. Algunos dejaron reseñas sinceras. Otros nos escribieron para ofrecer apoyo. Porque cuando el enemigo se presenta con trampa, los aliados se reconocen por su decencia.
Y no nos cruzamos de brazos. Respondimos. Primero, dando la cara públicamente. Desmontando una por una las mentiras. Y después, activándonos. Este ataque ha sido, paradójicamente, un revulsivo. Nos ha empujado a hacer lo que quizá debimos empezar hace tiempo: reforzar presencia en redes, solicitar reseñas reales a quienes sí nos conocen, lanzar campañas en medios locales. Porque en este mundo digital, defender la verdad también requiere visibilidad.
Sí, el ataque nos golpeó. Pero también nos despertó.
Y no faltó el humor ni la ironía. Publicamos todo: las respuestas a las reseñas falsas, las incoherencias de los perfiles, los tirones de orejas al gigante Google —que tampoco tiene muy buena reputación que digamos—, las capturas del chantajista… incluso propusimos (con sorna, sí) compartir el contacto del “experto en reputación” con quien quisiese encargarle unas reseñas. Que en Bangladés no está la vida para lujos, y de paso ayudamos a desprestigiar un sistema de reseñas que ya hace aguas.
Porque si hoy cualquiera puede hundirte en Google con un teclado a miles de kilómetros, una tarjeta de crédito y un puñado de mentiras de fábrica, el problema no es el ataque.
El problema es el sistema. Y el sistema es Google.
Un sistema con todos sus algoritmos, su arrogancia tecnológica y su indiferencia cómplice, que ha permitido que un tipo con teclado y conexión reviente en cinco minutos lo que yo he construido con años de esfuerzo.
A pesar de todo, o quizás por eso mismo, hemos salido más fuertes. Este intento de desprestigio, tan cobarde como torpe, no ha conseguido su objetivo. Al contrario: ha sacado lo mejor de quienes están a nuestro lado. Ha reforzado lo que hemos construido. Y ha dejado en evidencia a quienes creen que todo se puede comprar.
Porque hay cosas que ni las reseñas falsas, ni los algoritmos negligentes, ni los chantajistas de poca monta pueden destruir: el trabajo honesto, la confianza verdadera y la integridad profesional.
Y de eso, en Olga Tey, vamos sobrados.
PD. A continuación podéis ver las capturas de pantalla de la conversación con el pirata.
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